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Comunitat Valenciana

EL AÑO DEL HIELO

EL AÑO DEL HIELO

Ni se trata de confundir nuestros deseos con la realidad, ni de sofisticar una proposición al estilo de los exegetas. En un tiempo en el que se anuncia una descomposición de algunas de las constantes del planeta, nos tenemos que palpar la ropa y pensar en qué grado de seguridad tenemos nuestra confianza. Vivimos junto a un Mediterráneo atrozmente agredido, esquilmado y atontado de tanto veneno como le suministramos (siguen viniendo a sus orillas treinta o cuarenta millones de personas con un espacio de tiempo no superior a un mes, y calculen ustedes la porquería que dejan). Los acuíferos manchegos se están agotando, y calculen ustedes que casi todos ellos están por encima de los mediterráneos, con lo que la probabilidad de que se trasvasen agua hacia las costas cada vez es menor, y no se ve un horizonte caro debido a la desmesurada petición de agua de nuestras tierras, algunos de cuyos parámetros son cuestionables.

Tenemos en Cofrentes un hito nuclear cuya recomposición se hará dentro de un par de años, si es que antes no pasa algo, ya que el repunte nuclear parece asegurado en gran parte, a pesar de que el uranio, cuesta siete veces más que hace diez años y los suministradores pertenecen a situaciones inestables de antiguas tribus africanas convertidas en estados, pero no en situaciones estables. Hace sesenta años yo mismo subí al glaciar del Monte Perdido -con botas de Segarra, cuerdas de barco y zamarras de pastor- y casi tardamos un día en recorrerlo. Hoy no mide más allá de un par de pistas de tenis. En la misma playa del Postiguet -con el inolvidable Asensi- cogiamos buceando «ostiones» y unas almejas de un palmo de largas. Ranas, sapos y pequeños reptiles llenaban los charcos y las acequias de los pueblos del alto Vinalopó y ahora cuesta encontrarlas. El jabalí ha sustituido a los conejos y a las perdices de unos cultivos abandonados. Podría asegurarles que el monte ya no huele como antes. Y aquí debo parar, no es esta la cuestión, o al menos no lo es solamente.

La flecha apunta a situaciones de orden superior, contra las que no podemos hacer nada si no somos capaces de entender lo que pasa. Y lo más difícil es suponer que nuestro vecino lo sabe y no va a hacer nada por impedirlo ya que piensa -honradamente- que él solo no puede, y si es el único de su bloque de pisos que recicla sus desperdicios, es lógico que se encoja de hombres y lamente la situación.Y el comercial (habrá que llamarlo así) a que emplea cierta abusiva cantidad de papel, plástico, goma, colorantes y otras lindezas para envolver un simple producto (un cepillo de dientes, unas tijeritas, unas pilas para la linterna, etc.) no se entera en su función de transmisor de efectos con su correspondiente beneficio, que ese gasto superfluo de materias primas podría haber sido eliminado en origen, si no existiera una mercadotecnia que está tan lejos de los grandes fabricantes como el Postiguet de Honolulu.

Nos llegan otras noticias. En unos minutos desaparecen arboles en la Amazonia que se presentan al publico para que lo entendamos bien, como tantos campos de futbol, de lo contrario la hectárea dice bien poco para qu ien no está acostumbrado a medir el terreno.

Nos dicen que se desprenden campos de hielo del Artico para compensar en información los que se están desprendiendo de la Antártica, más peligrosos por provenir del ventilador del planeta, lo que indica un grado más de calentamiento y un grado menos de abundancia de la comida de los animales de la zona, los que en busca de alimentos pueden morirse a toneladas o presentarse en las costas europeas en busca de comida. Los pesqueros españoles -los más depredadores del planeta- se encogen de hombros y miran para otro lado, cuando se acogen a la terminología (hoy hay que llamarlo así) de que mientras dure, que dure.

Seguramente este concepto está inserto en uno de los capítulos de la globalización. Con alguna de esas ideas se pretende trasladar la riqueza del primer mundo al tercero, pero en el camino queda la mugre de los acuerdos más o menos secretos, las particularidades de esos mínimos desconocidos que se cuelan por debajo de los tratados. Algún mineral africano, alguna producción de gas fuera de control europeo, alguna revisión de alta o baja de precios con arreglo a convenios bilaterales que hunden su mordisco en la producción de la soja, del cacahuete, del aceite de palma, de las grasas vegetales y de esos aditamentos tan curiosos que llevan el con tenido cifrado y nos lo presentan simplemente con una letra o con un numero, que nos podemos encontrar hasta en la envoltura de una chocolatina.

Seguramente echaremos de menos el hielo que se anuncia que se va. Un mundo de hielo que la naturaleza dispuso que estuviera presente como regulador del calor atmosférico, un mundo de hielo al que siempre hemos mirado con prevención y ahora se nos va sin que sepamos que hacer para que no desaparezca su blanca mancha en los mapas. Un mundo frío, un querido mundo frío .

Carlos de Aguilera es miembro de WWF/ADENA


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