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DIALOGANDO CON… OFRECE LA BENDICIÓN E INAUGURACIÓN DEL OBISPADO EN ALICANTE

DIALOGANDO CON... OFRECE LA BENDICIÓN E INAUGURACIÓN DEL OBISPADO EN ALICANTE

Con la bendición que ha pronunciado, querido Sr. Nuncio, nos sentimos
bendecidos todos. Y repetimos con san Pablo en este momento: «¡Bendito sea
Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de
Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales!»1.
Cuantos participamos en el acto de inauguración de este Obispado nuevo,
contemplamos a Jesucristo como la mejor bendición del Padre. Él es, en efecto, la
referencia prioritaria de toda bendición, y por Él, con Él y en Él somos
enriquecidos con toda clase de bienes espirituales.

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Si la apertura reciente de una biblioteca, la de la Pontificia Universidad
Lateranense2, constituyó para el Obispo de Roma, nuestro querido y venerado
Papa Benedicto XVI, un acontecimiento no sólo universitario y académico, sino
también teológico y espiritual, la mansión que hoy estrenamos está revestida de
características muy similares.

Aquí llegarán personas de toda la Diócesis en busca de orientación,
consejo o estímulo y aliento para la vida cristiana. Y aquí buscaremos en
comunión la Verdad, con palabras que ayuden a meditar la Palabra y con el
compromiso serio de servir a los hermanos. Sirviéndolos a ellos, servimos al
Señor.

Ésta es, por tanto, nuestra Casa Diocesana de comunión para la misión. Si
en la Catedral nos congregamos para las celebraciones litúrgicas, en el Obispado
se conjuntan esfuerzos, energías y recursos en favor de una evangelización que
trata de ser, en nuestro ambiente, más misionera, caritativa y liberadora. Se
logrará, puesto que nuestra comunidad diocesana está empeñada en ganar en
ardor contemplativo y de adoración3, según expresión del Papa Montini.

1 Ef 1,3.
2 21 de octubre de 2006.
3 Cf. PABLO VI, Evangelii nuntiandi, 76.
Aquí encontrará su espacio, también, la formación académica de futuros
sacerdotes y de los religiosos, religiosas y laicos que se preparan para afrontar
estos retos. En su fisonomía interior y en su vida íntima, este complejo quiere ser
realidad de todos, casa de todos, cosa de todos… Como casa «puesta en lo alto»,
perfectamente integrada en la ciudad, será a la vez lugar de encuentro con la
sociedad alicantina.

Se atisba así, fácilmente, la finalidad específica del edificio, cobijado por
otros dos, no menos entrañables y queridos: la Casa Sacerdotal y el Teologado,
regalos valiosísimos, uno y otro, de D. Pablo Barrachina, Obispo de Orihuela-
Alicante, de 1954 a 1989, y hoy emérito.
Abiertos como estamos a nuevas perspectivas de futuro, siempre
esperanzadoras, porque el Señor es quien nos lleva de su mano, convergen aquí
los logros palpables del pasado, sacrificios no pequeños del presente y anhelos
acariciados del mañana.

Los estatutos de nuestra Curia Diocesana, inspirados en fuentes
documentales de mayor calado4, configuran y definen este organismo como
instrumento de colaboración con el Obispo Diocesano, en sus funciones
pastorales, administrativas y judiciales. Este ministerio, «servicio o diaconía,
precisaba el Papa Juan Pablo II, de feliz memoria, tiende principalmente a que, en
todo el cuerpo de la Iglesia, se instaure cada vez más la comunión, se vigorice y
continúe produciendo espléndidos frutos»5.

El desafío que tenemos a la vista es «hacer de la Iglesia la casa y la
escuela de la comunión»6. Humilde tarea que medirá a la vez el grado de nuestra
fidelidad al Señor y la respuesta a las esperanzas de los hermanos. Sin olvidar
que, «antes de programar iniciativas concretas, hace falta promover una
espiritualidad de comunión»7. De ahí que nuestro servicio humilde ayude a ser
humilde al que sirve, sin superioridad alguna sobre los demás8, sino ofreciendo
una ayuda competente, que nazca siempre del corazón bueno9.
4 Cf. Christus Dominus, 27; Ecclesia in urbe, 4; Código de Derecho Canónico, c. 469.
5 Cf. JUAN PABLO II, Pastor Bonus, 3.
6 Novo millennio ineunte, 43.
7 Ib., 43.
8 Ib., 43.
9 Ib., 31.
Si se hace realidad en nuestra tarea eclesial la verdadera diaconía
evangélica, optimizada desde la excelencia personal y profesional que nos ofrece
el misterio de Cristo, meditado, celebrado y vivido, estaremos en el momento de
decir: «Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer»10.
Así lo entendió nuestro querido Cardenal D. Francisco Álvarez, que acarició
la idea de proyectar la Casa, y su sucesor, D. Victorio Oliver, que puso la primera
piedra e hizo provisión de fondos. A ellos, y a cuantos se han movido a su lado
para definir, construir y acondicionar el edificio, la gratitud más sincera en nombre
de toda la Diócesis.

Que los límites de nuestra condición humana sean arropados por la
Trinidad Santa, que se proyecta y sirve a todo el cuerpo eclesial en la diversidad
de servicios, de tareas y funciones, con el mismo y único Espíritu siempre.
Nos colocamos bajo el amparo de Nuestra Señora del Pilar, venerada
antes aquí y venerada en adelante. Ella es Madre de nuestra sabiduría, de
nuestra profesionalidad, de nuestra amabilidad, de nuestra acogida, porque es
Madre de Cristo, Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia.
Rezamos con su ayuda e intercesión: «Concédenos, Señor, entregarnos
fielmente a tu servicio y proclamar la gloria de tu nombre con testimonio de
palabra y de vida»11. Y con san Vicente Ferrer, Patrono de la Diócesis, repetimos:
que «la caridad, suma de todas las virtudes, sea la mejor garantía de éxito en
nuestras actividades»12.

+ Rafael Palmero Ramos
Obispo de Orihuela-Alicante


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