Queridos diocesanos: En los dos meses que llevo con vosotros os he hablado,
más de una vez, y me habéis hablado algunos a mí, de un Obispo entrañable y
querido, figura de actualidad en nuestro suelo hispano. Me refiero a D. Manuel
González García, Obispo de la Eucaristía y el Obispo del Sagrario abandonado,
beatificado por Juan Pablo II.
Su recuerdo sigue vivo en mi memoria y a él le pido con frecuencia que me
ayude a orientar mis pasos en esta tierra levantina, que voy conociendo y queriendo,
de día en día.
Pues bien, la primera Semana Santa que celebro con vosotros, os recuerdo los
deberes y derechos que, enseñaba D. Manuel, y que tenemos todos con la cruz, esa
cruz de Jesucristo que fue, hasta su muerte en ella, signo de ignominia, pero que en
ese momento se convirtió en señal de salvación y de vida para todos.
Deberes
1º Conocerla. (Por el Evangelio, la Iglesia, la Historia y la Santa Misa).
2º Discernirla. (Distinguir la verdadera, que es la que Jesús nos ofrece para
redimirnos y santificarnos, de la falsa, o la labrada e impuesta por el demonio, la
imaginación o el amor propio para atormentarnos, desesperarnos y condenarnos).
3º Amarla. (Por venir de Jesús y llevarnos a Él)
4º Mirarla. (Sobre el Calvario, sobre el altar, sobre las almas y sobre mí, sin
miedo y con espíritu de fe y con alegre confianza).
5º Llevarla. (La mía, que es la de Jesús, sin prisas y sin quejas, con paz y
persuasión de que es la que me conviene)
6º Ayudar a otros hermanos a llevar la suya.
Derechos
Esta mi cruz, y sólo ella, así conocida, discernida, amada, mirada, abrazada y
bien llevada nos da derecho:
1º A la mayor semejanza con el Hijo de Dios.
2º Al más íntimo parentesco con Él.
3º A la más abundante participación de la herencia que muriendo en la Cruz nos
consiguió.
4º A la predilección de su Eterno Padre en la tierra y en el cielo.
¡Bendita Cruz! ¡Ave Crux!
Muerte y Resurrección de Jesucristo
Refiriéndose a estos misterios, precisa D. Manuel:
Si con las solemnidades litúrgicas no pretende la Iglesia establecer simples
aniversarios de personas o acontecimientos pasados, sino actualizaciones vivas, las
fiestas litúrgicas de la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, no
nos piden sólo un recuerdo envuelto en admiración agradecida, sino la reproducción
en nosotros de aquel padecer con generosidad en expiación de los pecados, aquel
morir a nuestros vicios y egoísmos y aquel resucitar a la vida nueva de
transformados en otros Cristo1.
Ha sido inmolado Jesucristo, nuestro Cordero Pascual. Por tanto, celebremos
este convite… con los ácimos de la sinceridad y de la verdad.
¡Con qué insistencia repite la Madre Iglesia a los fieles en los días pascuales el
encargo de san Pablo a los Corintios: que se celebre la Pascua con banquetes de
sinceridad y de verdad!
¡Escasean tanto por el mundo estos alimentos! ¡Abundan tanto, por eso mismo
los hipócritas y los embusteros!
¿Queréis una prueba?
Allá va una entre mil.
Me he convencido de que a muchas personas, aun de las buenas, el mayor
agravio que se les puede hacer es darles la razón a lo que dicen.
¡Como soy tan fea… ¡ ¡Como soy tan torpe, tan soberbio, tan inútil… ¡
A esa afirmación que oís a cada paso responded: ¡Es verdad! ¡Lleva usted
razón! Y… llamad al médico o al policía para las resultas del ataque de nervios o de la
tempestad de amor propio que vuestra conformidad sencilla con el dicho de vuestro
interlocutor ha producido.
Prueba de que se dice muchas veces lo que no se siente (que es mentir) para
conseguir el halago de que nos digan lo que sentimos.
Hipocresía o insinceridad se llama esta figura.
Amigos: ¡Aleluya! ¡Festejemos nuestra Pascua con ácimos de sinceridad y de
verdad2!
Sinceridad y verdad que son regalo del Espíritu. Celebremos así la solemnidad
de la Pascua. Y tengamos, a continuación, unos felices y santos días. Hasta
Pentecostés, hasta Corpus, hasta que termine el curso.
Tengamos alegría y serenidad todos, con este regalo del Espíritu de Dios
Padre que resucitó entre los muertos (Hch 4,10; Rom 10,9; 1Tes 1,10). Con mucha
paz, en el interior de cada uno, en el seno de las familias y en la convivencia fraterna
de unos vecinos con otros. La paz es serenidad de la mente, tranquilidad del alma,
simplicidad del corazón, vínculo del amor, convivencia en la caridad3.
Muy sinceramente,
+ Rafael Palmero Ramos