Cuando empezaban a pintar (madurar) las uvas, se nombraba un viñadero, que era el guarda que vigilaba las viñas hasta la vendimia. Se vedaba todo el viñedo y se prohibía la entrada incluso a los dueños. Si alguien entraba en una viña, se le ponía una multa que a finales de los 70 ascendía a 5 pesetas por racimo cogido. También se multaba a los perros con 100 pesetas si se metían en un viñedo.
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Cuando la uva ya estaba madura y con el fin de fijar la fecha de comienzo de la vendimia, el alguacil, a toque de trompeta, daba el pregón por las calles para “ir a ver las viñas”, diciendo más o menos lo que sigue: “Por orden del señor presidente de la Hermandad, se hace saber que mañana, al toque de campana, se irá a ver las viñas”. Se escogía un día de fiesta para este fin, y no se podía entrar en los viñedos hasta que el toque de una de las campanas de la iglesia levantaba la veda. Iba toda la familia para probar las primeras uvas de la cosecha del año, y se llevaba una cesta para traer unos cuantos racimos a casa. Cada familia recorría sus viñedos y, tres horas después, volvía a sonar la campana para indicar que la entrada quedaba de nuevo prohibida hasta que comenzara la vendimia.
La vendimia tiene lugar generalmente durante los primeros días del mes de octubre, y todavía se lleva a cabo de la manera que siempre fue costumbre en el pueblo. Cuando en Alcozar había bastantes chicos y chicas, estos días se consideraban festivos y se cerraban las Escuelas Nacionales, ya que todos los componentes de la familia tenían que colaborar en los trabajos de la vendimia.
Estaba prohibido entrar en las viñas antes de que “tocase la campana”, y a continuación se comenzaba la tarea.
Se cortaban los racimos con cuchillos, navajas y garillos[1] y se iban colocando en cestas. Cuando la cesta estaba llena, se volcaba en un cunacho y, cuando también éste estaba completo, los hombres lo llevaba hasta el carro y lo desocupaban en los cestos que después se transportaban a los lagares.
La vendimia solía durar tres días y, acabado este plazo, se “tocaba a rebusco”. Una vez se había tocado la campana, y durante las horas que duraba el rebusco, cualquier persona podía entrar en los viñedos, tanto si eran de su propiedad como si no lo eran. El rebusco tenía como misión recoger los racimos que hubieran quedado escondidos entre las hojas o en las cepas olvidadas. Se consideraba el viñedo como si fuera de propiedad comunal. Finalizado el rebusco, los pastores podían meter los rebaños en las viñas para que se comieran las hojas de las cepas.
Destacamos la ampliación de las instalaciones de Viveros Santa Margarita en la recogida del elemnto principal para confeccionar los mejores caldos. Seguiremos informando.