Al parecer, en cierta ocasión el editor de la sección de tecnología de The New York Times le preguntó a Steve Job cómo estaban de contentos sus nenes al poder disfrutar antes que nadie de los nuevos aparatos que Apple lanzaba al mercado. Él respondió que restringía mucho su uso en casa. “¿Por qué?”, se extrañó el periodista. “Porque generan una gran adicción”. Bill Gates, por su parte, declaró en otra entrevista que sus cinco hijos no tuvieron teléfono móvil hasta los 14 años, y que debió limitar los ratos que pasaban con aparatos como los que él ayudaba a diseñar al comprobar que cada vez les costaba más apagarlos. Asimismo es sabido que la mayoría de altos ejecutivos afincados en Silicon Valley envían a sus pequeños a escuelas donde no se utilizan dispositivos electrónicos y se aplican métodos de enseñanza como el sistema Waldorf, que prima las tareas manipulativas, el desarrollo de la creatividad, el trabajo cooperativo o las relaciones sociales.
Al hilo de mi comentario de la semana pasada acerca de la capacidad distractora de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, en este otro quiero añadir simplemente que son, a mi juicio, hoy por hoy (y no me agrada realizar afirmaciones tan categóricas), el mayor oponente al que nos enfrentamos quienes nos ocupamos de desarrollar labores educativas, tanto en el ámbito doméstico como en los centros de enseñanza. Es cierto que bien utilizadas pueden ser una formidable herramienta y proporcionar grandes beneficios. Pero también es verdad lo advertido por esos dos grandes visionarios norteamericanos: que es muy difícil controlar su uso. En efecto, a poco que abramos los ojos lo que podemos ver a nuestro alrededor es que la inmensa mayoría de niños y adolescentes de las sociedades desarrolladas pasan cada vez más horas a diario, los fines de semana y durante los períodos vacacionales (sin contar los meses cuando estuvimos confinados u otros posteriores en que hemos tenido restricciones para movernos o reunirnos con los demás) chateando, escuchando música, subiendo fotos, además de viendo videos o con videojuegos de dudosa calidad formativa. A veces me pregunto qué habría hecho yo si cuando era un chaval hubiera tenido igual acceso a esos cacharros. No sé si habrían llegado a ser “la perdición”. Pero sí estoy seguro de que me habrían quitado mucho tiempo del que dediqué a andar por ahí con los amigos, ir al cine, leer (al menos tebeos, revistas o libros acordes con mis gustos) y estudiar o preparar tareas.
No voy a abundar en este asunto. Creo que con lo que he dicho y lo que tengáis a bien comentar será suficiente por el momento. La próxima semana colgaré un tercer post relacionado con la educación. Lo haré con el mismo ánimo con que he escrito este o el anterior: exponer los principales problemas que a mi entender tenemos delante para intentar solucionarlos o al menos paliarlos.
Muchas gracias por vuestra atención.
Gonzalo Trespaderne Arnaiz