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Villena

“Incongruencias”, por Gonzalo Trespaderne

El pasado miércoles mi mujer me compartió una noticia que acababa de leer en El País y que, de alguna manera, respondía a una seria duda que nos había surgido a raíz de habernos contagiado por coronavirus al inicio de las Navidades, justo cuando teníamos que ponernos el tercer pinchazo de la vacuna. Su encabezamiento decía: “Las personas que hayan pasado la covid recibirán la dosis de refuerzo cuatro semanas después del diagnóstico”. Eso era lo que acababa de dictaminar el Ministerio de Sanidad.
Ayer sábado día 8 de enero, en el mismo medio de prensa, aparecía este otro titular: Los expertos cuestionan la utilidad de la dosis de refuerzo a cuatro semanas de la infección. Luego, podía leerse que el Presidente de la Sociedad Española de Inmunología declaraba que “No tiene sentido (…) No encontramos explicación”. E incluso aseguraba que puede generar problemas en el sistema inmunitario con tan corto intervalo. “Tras la vacunación —explicaba López Hoyos—, una infección por ómicron es como una nueva dosis, pero más completa, porque no solo nos exponemos a una parte del virus, como con la inyección, sino a todos sus antígenos. Semanas después el organismo tiene anticuerpos efectivos. No por dar una y otra dosis hasta el infinito sin espaciamiento de tiempo vamos a conseguir una mejor protección”. Por su parte, Jaime Jesús Pérez, de la Sociedad Española de Vacunología, defendía en el mismo artículo la decisión de Sanidad con el siguiente argumento: “Los conocimientos que vamos teniendo van apuntando hacia tener en cuenta el padecimiento de la enfermedad como posible refuerzo, pero la incertidumbre está ahí y el contexto internacional también”. Y reconocía, según el diario, que “se podría ampliar el plazo”, atribuyendo la decisión tomada por el Ministerio de Sanidad “a optimizar la logística y homogeneizar la estrategia con otros países”.

Se trata de un asunto que entiendo que afecta, en estos momentos, a decenas de miles de pacientes. Y me preocupa considerablemente que, a pesar de su trascendencia, los organismos que tienen que llevar a cabo las iniciativas necesarias para afrontarlo muestren una disparidad de criterios tan acentuada.
En cuanto al requisito que tanta polémica está causando dentro y fuera de nuestras fronteras, consistente en la obligatoriedad de presentar el certificado de vacunación para acceder a determinados establecimientos, creo que de poco sirve si tenemos en cuenta que ahora mismo hay muchísimas personas vacunadas que se están contagiando (sabiéndolo o no) y que pueden contagiar allí donde vayan si no han pasado la cuarentena, por mucho código QR que presenten a la entrada. Y al hilo de esto me gustaría añadir que en pleno puente de la Constitución, una semana después de detectarse el primer caso de la variante ómicron en España, me causó gran perplejidad que no se no se nos pidiera dicho justificante ni a la ida ni a la vuelta del viaje que realicé con la familia a Tenerife en los aeropuertos.

También me ha supuesto una notable incoherencia que en estos últimos días, con una tasa de contagios disparada (la más alta de Europa) y con una preocupación creciente por el aumento de bajas laborales y el retorno a las aulas, se hayan consentido cabalgatas de reyes u otros eventos multitudinarios donde no se iba a cumplir suficientemente con la distancia de seguridad o el uso de la mascarilla. Y confieso que estuve en una de ellas y me encantó ver a niños y mayores poblar las calles e ilusionarse como se ha hecho tradicionalmente…

Estas son algunos ejemplos que me llevan a pensar nuevamente que la política, la economía, el bienestar social, la salud mental y las determinaciones que tomamos a título personal siguen sin coordinarse de la mejor manera a nuestro alcance con la Ciencia para lograr un frente más unido contra la pandemia.
Por lo demás, en algún instante he llegado a plantearme que, con la alta tasa de vacunación que tenemos en España (sin duda un importantísimo logro colectivo) y con los efectos que tiene esta variante del virus, el Gobierno está aplicando (no sin cierta aceptación por parte nuestra) una estrategia conducente a que nos contagiemos cuantas más personas mejor en poco tiempo para que las defensas de nuestros organismos se sumen a la lucha contra el virus y así avancemos más rápidamente hacia la pretendida inmunidad de rebaño. Podría aceptar de buen grado este escenario, pero solo si la comunidad científica lo avala cuando se hayan analizado mejor las consecuencias que probablemente vaya a acarrear. Mientras, lamento tener que dar más valor a los datos que nos hablan de decenas de fallecimientos cada 24 horas, pacientes que sufren secuelas y un sistema sanitario que se encuentra desbordado y que corre el riesgo de colapsar si no conseguimos frenar esta sexta ola en los próximos días.

 


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