Al hilo de mi último comentario, después de haber disfrutado de unos días de vacaciones, vuelvo a sentarme a escribir algo relacionado con la profesión y el plano académico; en concreto, con la Filosofía.
Esta materia, al igual que una de sus principales ramas que es la ética, no ha dejado de sufrir altibajos en los currículos que se han ido aplicando en el marco de las leyes educativas habidas en nuestro país durante las últimas décadas.
Ahora, con la llegada de la LOMLOE, a la espera de que se publiquen los Decretos que aún faltan para perfilarlos en algunas comunidades autónomas, y que el Gobierno termine el diseño de la nueva prueba de Selectividad que ya ha adelantado a las Consejerías de Educación, parece que ese saber impulsado en Occidente por nuestros antepasados griegos hace más de 2500 años va a tener notable importancia. Ello es así en la medida en que la asignatura de Historia de la Filosofía será obligatoria en 2º de bachillerato en todas sus modalidades (como la de Filosofía de 1º). Además, según un artículo publicado por El País el 27 de julio, bajo el título “El Gobierno revoluciona la Selectividad con la mitad de exámenes y una prueba de madurez académica”, en los cursos 2023/2024, 2024/2025, 2025/2026 habrá un modelo de pruebas de acceso a la Universidad transitorio con arreglo al cual —cito— “los cuatro exámenes que todos los estudiantes deberán hacer pesarán lo mismo para la nota global de las pruebas, un 25%, y versarán sobre Historia de la Filosofía, Historia de España (ambas materias comunes en todas las ramas de bachillerato), la materia de modalidad obligatoria elegida por cada alumno (por ejemplo, Matemáticas para los estudiantes del bachillerato de Ciencias y Tecnología), y un cuarto examen de nuevo formato, embrión de la nueva prueba general de madurez académica, que durante estos años de transición estará centrado en evaluar ‘las destrezas del ámbito lingüístico’”. A partir del curso 2026-2027, junto a la prueba de la materia de modalidad que se elija —que valdrá hasta un 25%— habrá “una prueba general de madurez académica que integrará las destrezas de las materias comunes de segundo de Bachillerato (Historia de la Filosofía, Historia de España, Lengua castellana y literatura, Idioma extranjero y, en su caso, lengua cooficial)”. Esta puntuará un 75%.
No voy a debatir aquí hasta qué punto es aceptable que alguien que va por ciencias, en su último año en el instituto, deba vérselas con una disciplina tan propia del ámbito humanístico, y que tenga tanto peso en su paso a la facultad o una formación profesional superior. Lo único que apunto, por lo pronto, es que para mí constituye un renovado reto hacerla máximamente interesante y beneficiosa para todo el alumnado.
A tal fin, en consonancia con lo establecido por la norma, intentaré potenciar el desarrollo de competencias como buscar, interpretar, producir y transmitir información relativa a hechos histórico-filosóficos a partir del uso crítico y seguro de fuentes; dialogar utilizando argumentos construidos correctamente; analizar cuestiones fundamentales y de actualidad con el apoyo de distintas teorías filosóficas, etc. Más allá de esto, centraré los esfuerzos en generar situaciones de aprendizaje que resulten estrechamente aplicables a experiencias cotidianas. Así, por ejemplo, cuando abordemos el tema de los orígenes de la Filosofía, no trataré tanto de que se memoricen las aportaciones realizadas por los presocráticos sobre el “arjé” o principio de todo lo que existe, cuanto de poner en valor la habilidad (que ellos se atrevieron a promover) de cuestionar las enseñanzas tradicionales (provenientes de la mitología) y, a partir de ahí, pararnos a cavilar y a hablar sobre qué cosas que se nos pretenden inculcar hoy como prácticamente incuestionables, pueden ser en realidad muy discutibles (desde distintos posicionamientos políticos, económicos o culturales).
En el periódico citado arriba, el día 7 de julio leí otra noticia sorprendente: “El ‘boom’ de vocaciones en la carrera de Filosofía: suben un 33% en cinco años”.
Aunque quizá esto se deba, como se indicaba en el encabezamiento, a que “los jóvenes encuentran en este grado respuestas a su vida…”, considero que semejante afán por dar solución a las preguntas que los mortales nos hacemos no ha dejado de acompañarnos nunca. Lo que a mi entender ocurre es que en estos tiempos que nos toca vivir estamos (o nos tienen) bastante distraídos con otros entretenimientos.
En conclusión, siempre he pensado que todos los seres humanos somos filósofos por naturaleza y que debemos reencontrarnos constantemente con nuestra capacidad de observar despacio lo que ocurre alrededor, plantearnos interrogantes, e intentar darles soluciones razonables.
Para ello, puede ser suficiente con salir a dar un paseo (o quedarse en casa “desconectado”) y meditar, a solas o en compañía, sobre todo aquello que nos preocupa. (Luego ya, podemos completarlo con lo expuesto en los libros).
Por lo demás, creo que semejante receta, aplicada unos minutos cada día, nos ayudará a prevenir algunos grandes males que nos acechan.