En mis dos anteriores comentarios he hablado de lo importante que es tener motivación, de una de sus principales fuentes, como es amar y sentir que te aman, y de algo que ocurre cuando nos motivamos para satisfacer esta u otras necesidades y no lo conseguimos: la frustración (que no ha de entenderse como una cosa enteramente negativa, sino también con aspectos positivos).
Hoy quiero referirme a otro fenómeno que nos puede suceder si nos motivamos demasiado para conseguir todo lo que deseamos: el estrés.
En principio, se ha de admitir que un poco de estrés en nuestras vidas viene bien para activarnos o para mantenernos en tensión de cara a realizar el camino que nos lleve a la meta propuesta. Por el contrario, en demasía, puede resultar perjudicial, impidiéndonos actuar con fluidez e incluso llegando a bloquearnos (aparte de desencadenar diferentes patologías como, por ejemplo, trastornos de ansiedad).
Yo, últimamente, he andado un tanto estresado, porque a la habitual dedicación al trabajo y a la familia, he añadido pretender investigar y escribir más, y no decir “no” a nuevos retos pedagógicos.
¿Y qué hay que hacer cuando empiezan a saltar luces de alarma como, por ejemplo, falta de concentración, pérdida de energía o sentimiento de apatía? Pues, en primer lugar, determinar cuáles son exactamente los asuntos estresantes. Después, lo mejor es establecer un orden de prioridades en relación con las tareas pendientes.
Dicho esto, paso a agradecer una vez más todas las felicitaciones que he recibido por mi cumpleaños, regresaremos a Villena tras haber venido a Briviesca a disfrutar de un día con los abuelos y, de cara a los próximos días, si hay ratillos para ocuparme de la nueva novela y los otros desafíos académicos bien; y si no, pues para más adelante.
A ver qué flores nos trae el mes de marzo…