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“Cuánto lo siento”, de Gonzalo Trespaderne Arnaiz

CUÁNTO LO SIENTO.

Queríamos haber ido a Tailandia, pero como por lo que costaban 8 días a solo un pasajero, podíamos ir mi familia y mis suegros seis días a Marruecos, visitando Marrakech, el desierto y Fez, elegimos esta segunda opción. Yo, no las tenía todas conmigo.

Imaginaba que, por lo que habíamos pagado por los riads (alojamientos en antiguas casas palaciegas), el circuito en furgoneta solo para nosotros desde la una de esas ciudades a la otra (haciendo una noche en un valle inspirador de sensaciones muy agradables y otra en tiendas de campaña entre las dunas cercanas a Merzouga), y otras actividades como un tour gastronómico, algo no saldría bien… De hecho, cuando hace un par de semanas llegamos en taxi desde el aeropuerto al primer alojamiento y vimos los tenderetes con frutas y otros alimentos que tenían montados junto a la muralla de la medina, la impresión generalizada fue “¡ostrás, dónde nos hemos metido!”.

Nada parecía haber prosperado allí en los últimos 20 años, desde que estuve la última vez. El paseo que dimos luego lo corroboró. A pesar de ello, en cuanto dejamos las maletas en unas confortables habitaciones y empezamos a tratar con los lugareños, nos percatamos de que la suciedad y precariedad en las condiciones de vida o en la inmensa mayoría de edificaciones pronto quedaría eclipsada por los colores, aromas y sonidos en las tiendas, calles, plazas, maravillas ocultas encontradas por azar (como el restaurante en el interior de un patio que parecía de la Alhambra de Granada en el que nos deleitamos con una pastela y otras especialidades un día, o la terraza sobre los tejados con un horizonte lleno de palmeras, en que comimos otro), paisajes montañosos o arenosos y, sobre todo, por el trato amabilísimo de sus gentes.

A partir de ahí, disfrutamos enormemente a cada instante y al regresar a casa nos dijimos: “Es uno de los mejores viajes que hemos hecho”.

Esta mañana, cuando en plenas fiestas de moros y cristianos en Villena, me he despertado con las imágenes del terremoto en la Jemaa el fna y sus inmediaciones, con las miles y miles de almas que se congregaban allí cada noche a tomar algo, comprar, dar una vuelta o sentarse a oír música tradicional, creando un ambientazo extraordinario, he recordado las palabras que me dijo un hombre que quería vendernos algo en un zoco: “nosotros y vosotros, los españoles, somos como hermanos”, y me he sentido bastante afectado. Acto seguido he pensado en los recepcionistas que nos invitaban a un té; en Fátima, la guía del freetour con hiyab que era una auténtica crak; en los chicos que nos prepararon la fiesta con tambores, hoguera y hasta tarta de cumpleaños entre las tiendas de campaña; en los niños con sus padres y madres que pasaban el domingo bañándose en el riachuelo de la garganta del Todra; y en Hasan, nuestro chófer.

He pedido a los cielos que les hayan protegido. Esta última persona, entrañable donde las haya, bereber con padres nómadas que sólo pudo ir a la escuela dos años, me decía cuando nos despedimos (después de tres días de un lado para otro con un último viaje de 8 horas por carreteras difíciles y otro similar que le esperaba inmediatatamente durante la noche, sin poder descansar, para recoger a otro grupo de turistas a la mañana siguiente): “Es peor no trabajar”.

Estaba contento, porque así es su carácter, porque disfruta acompañando a visitantes como nosotros y porque ahora empezaba la temporada alta.

Espero que el número de víctimas mortales que se sumen a las más de 1000 que hay ya, sea el menor posible en las próximas horas, que estos vecinos del sur que subsisten con muy poco cada jornada se recuperen rápidamente de esta terrible adversidad, que reciban ayudas de nuestro gobierno, de otros gobiernos y de particulares, y que los forasteros volvamos a probarnos sus chilabas y compartir sonrisas in situ dentro de muy poco.

Espero coger pronto otra vez el avión en Alicante y plantarme en una o dos horas en Fez o Marrakech con mi mujer, mis hijos y quien quiera venirse, para vivir de nuevo experiencias ciertamente gratificantes e inolvidables.

Gonzalo Trespaderne Arnaiz


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