El Papa percibió durante las veintiséis horas que pasó en Valencia para asistir a la clausura del V Encuentro Mundial de las Familias, el cariño y el calor de los entusiasmados peregrinos que vinieron a verle, muchos de los cuales pasaron la noche a la intemperie en las calles de la ciudad.
Precisamente el calor ha sido uno de los protagonistas de los dos últimos días del encuentro. Prueba de ello es que la misa conclusiva se celebró hoy con una temperatura de 27,3 grados y un 60 por ciento de humedad relativa.
A medida que se aproximaba el fin de semana, Valencia empezó a teñirse del color amarillo característica de la indumentaria de los peregrinos, que llevaban mochilas y camisetas de ese color.
Contrastaban en el amanecer de hoy en Valencia el silencio y la calma de las calles alejadas del escenario de la celebración, que estaban completamente vacías con el bullicio de la multitud que se agolpaba en las inmediaciones del altar, hasta el punto de que la organización del encuentro informó de que hoy habían acudido a la ciudad 1.500.000 visitantes, aproximadamente.
Para la mayor parte de peregrinos que pernoctaron al aire libre en el parque de la Ciudad de las Artes y las Ciencias y sus alrededores, el día empezó mucho antes de que salieran los primeros rayos de sol.
Muchos de ellos ni tan siquiera durmieron, ya que prefirieron pasar la noche cantando y bailando, mientras que otros, sobre todo grupos de familias que acudieron con sus hijos, buscaron resguardo en tiendas de campaña, metidos en sacos y sobre improvisadas esterillas preparadas a base de páginas de periódicos.
En la segunda jornada de visita papal, Valencia despertó mucho antes de lo habitual y bien pronto había puesto en marcha sus cafeterías y pastelerías para servir café a los miles de peregrinos que durante la madrugada esperaban el momento de la ceremonia en las proximidades del altar de la Ciudad de las Ciencias.
Por ello, antes de las cinco de la mañana, las posiciones ya estaban completamente tomadas para una celebración que iba a comenzar a las 09.30.
El ambiente fresco del amanecer obligó bien pronto, cuando el sol empezó a subir, a que las gorras, viseras y abanicos salieran de las mochilas.
No fue esta la única forma de combatir el calor. El Papa lo hizo con horchata. Antes del inicio de la celebración pidió que se llevara a la sacristía un vaso de esta bebida valenciana para aplacar la sed cuando saliera del altar.
Otras opciones fueron las empleadas durante casi dos horas por algunos peregrinos que se protegieron del sol tras un seto o un semáforo, e incluso sobre el asfalto resguardados únicamente por la escasa sombra que producían las vallas amarillas que marcaban el recorrido del Papa.
Pese a este intenso calor, el público fue capaz de seguir la homilía de Benedicto XVI con un respetuoso silencio, roto únicamente por los aplausos.
Algunos feligreses no perdieron la oportunidad de confesarse antes de la ceremonia. Para ello recurrieron a un cura catalán llamado Jaime que confesó a cuantos fieles se lo pidieron en plena calle.
Desde una silla de plástico y ligeramente retirado del lugar de paso del público, este sacerdote escuchó a las peregrinos que se mostraron dispuestos a guardar una cola para confesarse.
En cuanto el Papa inició el camino de regreso al aeropuerto, el campamento formado en torno al altar empezó a ser desmantelado al tiempo que varias decenas de autobuses empezaban a circular de nuevo por las calles cortadas.
Su Santidad, Benedicto XVI, degustó los postres del pastelero villenense, Francisco Torreblanca. El avión de la compañía de Iberia que trasladó al Santo Padre hasta Italia, llevaba los postres del prestigioso pastelero. Sin duda, pudo degustar las exquisiteces del villenense.