ANTE LA ADVERSIDAD
Lo ocurrido esta semana en algunas localidades de la Comunidad Valenciana, Castellano Manchega y Andaluza ha puesto de manifiesto otra vez, pero con una terribilidad fuera de lo común, que cuando la naturaleza desata sus fuerzas, el ser humano se vuelve ciertamente vulnerable, y con él sus producciones.
A partir de aquí, después del duelo por los centenares de víctimas mortales, y del sufrimiento que traerá consigo darse cuenta de todo lo que se ha perdido en el plano material, más cuánto va a costar recuperarlo en la medida de lo posible y volver la normalidad, convendrá extraer conclusiones.
Algunas de ellas deberán referirse a la capacidad que han demostrado varias personas que ocupan puestos de máxima responsabilidad en la gestión de emergencias como las que ocurrieron en la tarde del martes 29 de octubre. Igualmente, habrá que revisar los mecanismos de coordinación que, largas horas y horas más tarde, aún no han logrado que llegue asistencia, para empezar en forma de suficiente agua o alimento, a miles de damnificados que viven en las zonas mayormente afectadas.
Vaya por delante que en mi ánimo no está culpar a nadie de nada, porque quiero pensar que cada cual actuó como mejor supo o pudo. Se trataría, antes bien, de aprender de los errores cometidos y a utilizar de manera más apropiada los medios a nuestro alcance para la próxima ocasión en que tengamos que enfrentarnos a una situación similar. Luego, no hay que dejar de revisar qué edificaciones se encuentran en sitios inundables en esa parte u otras de nuestra geografía y actuar en consecuencia, preferiblemente creando infraestructuras que las pongan a salvo en caso de una crecida repentina de las aguas en los cauces y, por supuesto, no dejando construir más.
Lo que tampoco voy a hacer es quedarme con las imágenes de la devastación o del dolor inconsolable, ni dar relevancia a esos episodios puntuales de pillería de los que hemos sido testigos. Prefiero sustituirlas por las de quienes en los momentos más difíciles ofrecen su casa o hasta ponen en peligro su vida para socorrer a los necesitados.
Guardaré las imágenes de los rescates, de filas de gentes con palas y escobas, de convoyes formados por todoterrenos o furgonetas con pegatinas SOS circulando en dirección a Valencia, de multitud de emplazamientos en todo el Estado para la recogida y envío de víveres y artículos de primera necesidad, demás gestos de apoyo como decretos de luto oficial o minutos de silencio, e incluso el conocimiento de las donaciones que han hecho particulares o instituciones, así como los mensajes ofreciendo colaboración, condolencias y ánimo que nos llegan de distintos rincones del mundo.
A tenor de esto último, las otras conclusiones a las que creo que cabe llegar tienen que ver, en esencia, con las infinitas muestras la empatía o de solidaridad desplegadas. Estas fuerzas que también se han manifestado con enorme amplitud estos días son las que más van a ayudar nuevamente a superar las desgracias, por muy grandes que sean. Son el beneficioso caudal producido en paralelo. Estas evidencias de la bondad humana son, sin duda, las mejores herramientas que tenemos para afrontar las dificultades colectivas de distinto grado que sucederán inexorablemente a lo largo de la vida, generación tras generación.
Gonzalo Trespaderne Arnaiz