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Villena

Con motivo de la Medalla de Oro de la Ciudad de Villena a las Hijas de la Caridad

Alcaldesa, Concejalas y Concejales, Hijas de la Caridad, Villeneros y Villeneras:
Si por lo común, por lo que nos tira la cuna, uno tiene motivos para estar orgulloso de haber nacido en Villena, hoy es un día en el que ese sentimiento dichoso de pertenencia a esta Noble Ciudad, se agranda.
Querido Pueblo de Villena:
Hoy, treinta de diciembre de 2005, me siento más orgulloso de haber nacido aquí porque veo en esta acción de conceder la Medalla de Oro de la Ciudad de Villena a las Hijas de la Caridad un acto generoso de una ciudad generosa –la vuestra, la mía, la nuestra. Pero más: el acto de una ciudad –la vuestra, la mía, la nuestra– agradecida. Y me siento feliz, muy feliz, por haber nacido en un pueblo –el vuestro, el mío, el nuestro– que sabe ser agradecido.
Si el quehacer político diario es normal que traiga divisiones y diferentes pareceres, fruto de las perspectivas y políticas posibles ante las realidades y sus vías de solución. Y esto hace que nuestros representantes se enzarcen en discusiones donde la dialéctica es a veces hasta violenta, cosa que debemos entender sin miedo los ciudadanos. También, a los ciudadanos nos gusta, en aquellos asuntos que el común percibe claros, que medie el entendimiento. Así ha sido, nos consta por lo sabido, en este caso gozoso de la medalla a las Paulas.
En diciembre de 1945 –se cumplen ahora sesenta años y ¡bendita sea!– llegaron a Villena unas Hijas de Dios para asumir los retos de una Fundación que a pesar de la buena voluntad de su benefactora, la villenense doña Dolores Aynat Mergelina, no era ningún filón. Ni venero inagotable. Aquí la grandeza de estas mujeres de Dios que de haberse movido por contabilidades humanas no hubieran puesto pie en nuestra Ciudad. Sin mirar la caja, ni siquiera su propia despensa, las Hijas de la Caridad, desde la fe y el compromiso misericordioso, asumieron en Villena dos responsabilidades grandes en aquellos tiempos de posguerra. Una posguerra, lo hemos dicho en otras ocasiones, que fue en muchos sentidos –¡maldita sea!– demasiado larga. Desgraciadamente.
Si no fuera porque la situación escolar de España en general y de Villena en particular era entonces desastrosa –déficit de escuelas, absentismo escolar y analfabetismo son imágenes de un mismo cuadro de subdesarrollo– no aludiríamos a esta tarea educativa que en aquellos tiempos fue de mucha importancia. Y sobre todo porque las Paulas vinieron a formar a mujeres en unos tiempos que ya venían exigiendo una incorporación de la mujer al trabajo con una cualificación competente. Formación, por lo tanto, que precisaba ir más allá del exclusivo “Sus labores”. Así, vista la realidad escolar en la Villena de los cuarenta, como en la de España, contar con un nuevo colegio como el de Nuestra Sra. de los Dolores fue una bendición.
Luego está la labor social. Qué decir de esta tarea de servicio comprometido en una Villena de muchas necesidades dentro de una España de no menos necesidades. Ahí se sumó la labor precedente de algunos colectivos villenenses y se hizo mucho bien. Labor que hoy, renovándose con los tiempos
(—Firme e invariable en el fin, dulce y suave en los medios, (…) —como les enseñó a las Hijas de la Caridad San Vicente de Paúl.—)
se continúa porque –que no nos despisten ni los escaparates, ni todos los espejismos cotidianos y superficiales de la sociedad de consumo– también hoy es necesaria esa tarea fraternal. Labor filantrópica que en el mundo globalizado en que vivimos también pedía trascender más allá de nuestras fronteras. Y de hecho ha trascendido desde Villena a otros continentes también de la mano de las Paulas.
Alcaldesa, Concejalas y Concejales, Hermanas y Querido Pueblo de Villena:
Hoy, que se concede esta Medalla a las Paulas, ya lo he dicho, estoy orgulloso de haber nacido aquí porque se ha valorado, otorgando esta distinción, una labor importante para nuestra ciudad. Yo no veo otro sentido en estos méritos. Los honores de los pueblos (los nombres de calle, las filiaciones predilectas y adoptivas, las Medallas…), creo, deben reconocerse en aquellas personas o colectivos que nos enseñen caminos para ser mejores ciudadanos. Hoy, esta Medalla que es honor, nos ha de orientar, por imitación a las Hijas de la Caridad, en la entrega a los más necesitados. Nos ha de enseñar a ser una ciudad más solidaria y más esperanzada. Aquí veo yo, con este honor, nuestro honor, nuestra nobleza. Y, por el honor de esta concesión, a las Paulas les pido que sigan justificando con su trabajo diario el sentido de este mérito, mostrándonos, como lo vienen haciendo en Villena desde hace 60 años, los caminos hacia los más necesitados. Senderos de hermandad que nos salven –y así tengamos un ángel en la boca– que nos salven como seres humanos.

Mateo Marco Amorós
Villena, 30 de diciembre de 2005.
En el Teatro Chapí.
Pleno Extraordinario.


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