En estos días, en los aeropuertos españoles se está viviendo el emocionado
recibimiento de un aluvión de niños procedentes del desierto. Llegan de
madrugada, muy cansados, medio dormidos. Traen en su cuerpo, en su rostro,
las huellas de la durísima vida que llevan desde su nacimiento. Con su
sonrisa apenas esbozada, con su melancólica mirada, nos muestran, nada más
llegar, su agradecimiento junto con una angustiosa petición de que no los
abandonemos nunca.
Son los 10.000 niños saharauis que, con su presencia, vuelven a recordarnos
a los españoles, un año más, la enorme injusticia que se viene cometiendo
con su pueblo desde hace 30 años. Nos piden que no olvidemos su drama, que
no nos acostumbremos a él, que ellos no pueden acostumbrarse. Nos expresan
su confianza en España, nos agradecen el enorme esfuerzo que tantos
españoles anónimos vienen haciendo en su ayuda; pero necesitan aún más para
acabar con su larguísima pesadilla; les falta algo esencial, les falta la
ayuda decidida de quien más puede hacer por ellos. Los niños saharauis
necesitan que Zapatero los mire a los ojos y les diga que está con ellos,
que no es verdad que prefiera a Marruecos, que va a cambiar de actitud y que
no parará hasta conseguir que se les haga justicia.
Cuando alguien vea a alguno de estos niños, no quede indiferente, piense en
sus terribles campos de refugiados y vea la manera de ayudarlos; lo
necesitan tanto…