Escribo estas líneas mientras veo los titulares del informativo de TV1 en esta tarde de 6 de diciembre.
El primero está dedicado al “trascendental” partido de la Selección dentro de un rato: “España se la juega ante Marruecos”; el segundo destaca que los tribunales británicos consideran que el Rey emérito no goza de impunidad ante la denuncia por acoso que le ha interpuesto en Reino Unido Corina Larsen; el tercero hace ya referencia a la celebración del Día de la Constitución, pero en tono negativo: por el desencuentro entre Gobierno y oposición en la celebración de los actos que están teniendo lugar. Acto seguido las imágenes vuelven a ser de forofos en las calles o en los bares disfrutando de los prolegómenos del encuentro en la ciudad de Al Rayyan.
Desde que empezó el Mundial el pasado 20 de noviembre e incluso antes, hemos asistido a un ingente despliegue de noticias que giran en torno al mismo, acompañadas de ondear de banderas, canticos y pronósticos llenos de ilusión como la que depositamos cuando compramos un décimo de lotería. Atrás han ido quedando las polémicas por el país donde tiene lugar: un emirato de tan solo 11.000 km2, pero con las mayores reservas de gas del mundo, en el que gobierna una familia con poderes absolutos, donde la homosexualidad está prohibida y las mujeres deben pedir permiso a los hombres para realizar actividades como coger un taxi, recibir servicios médicos o ir a la universidad. Ahora todo es deporte-espectáculo, estrellas o supernovas (que aumentarán o disminuirán sus cienmillonarios contratos en función de lo que sean capaces de hacer con unos pocos toques de balón), porras, jugar a ser entendidos y demostrar afición. Si acompaña la suerte, igual nos metemos en cuartos, en semifinales y, por soñar, hasta en la final del 18. ¡Y así empalmamos con todos los festejos navideños!
A ver, que no me parece mal que nos olvidemos un poco de quiénes son los organizadores del evento (junto a sus principales beneficiarios) y disfrutemos de todo lo bueno que pueda ofrecer. Que yo también tengo ganas de que acto seguido llegue el 22 para coger unos días vacaciones, evadirme de la cotidianeidad, reunirnos con familia y amigos en casa o en restaurantes, ver las luces y demás parafernalia con que se adornan las calles… Sin embargo, en estos momentos también pienso que después tendremos que hacer frente a graves problemas que nos acechan sobre los que estamos corriendo un tupido velo (la Guerra de Ucrania —donde la mayoría de la población está a bajo cero y sin calefacción—, la Inflación, el precio de las hipotecas, la elección de los jueces, la reforma del sistema educativo, el comportamiento de los representantes políticos…)
En fin, que antes de sentarme en el sofá a ver al menos la segunda parte, me voy a tomar un café con mi amigo Epicuro, y a recordar que verdadero placer sinónimo de felicidad es aquello que produce bienestar y luego no trae perturbación: cuestión de calcular lo que ocurrirá más adelante y no quedarse solo con lo que satisface pero es efímero y da paso a la preocupación…