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Opinió Villena

“Nuevos paisajes”, de Gonzalo Trespaderne Arnaiz

NUEVOS PAISAJES

El viaje por la Costa Oeste de Estados Unidos cumplió con todas las expectativas.

Incluso la de tener que afrontar algún contratiempo importante, como el extravío de los pasaportes al preparar las maletas que, muy afortunadamente, pudimos solucionar en la comisaría de Policía del aeropuerto de Barajas el mismo día del vuelo a Los Ángeles. ¡Menudo susto!!

Una vez allí, disfrutamos de un baño en las aguas del Pacífico junto a esas playas con puestos para vigilantes, palmeras y chavales jugando al baloncesto que salen en las pelis, la espectacularidad de los montajes en los estudios de la cinematográfica Universal o los hoteles de Las Vegas, una visita al pasado de Alcatraz, los viajes en taxi o en uber con personas entrañables que te contaban un montón de curiosidades, trayectos en tranvía, alguna comida rica entre hamburguesa y hamburguesa, paseos por calles muy animadas, la conducción de un cochazo de alquiler por la ruta 66, los desayunos en mesa compartida de los albergues (después de dormir en literas, como cuando éramos más jóvenes)…

Con todo, lo que a mi más me gustó, como esperaba, fue acceder al parque de Muir Woods para contemplar secuoyas gigantes, el recorrido de unas cuantas millas por el interior del Monument Valley (con esos cerros rojizos y otras raras formaciones geológicas que han servido de escenario en multitud de western), correr a orillas del lago Powell, dar un garbeo nocturno contemplando la vía láctea e infinidad de estrellas sobre el desierto de Arizona, entrar al desfiladero formado por el viento conocido como Antelope Canyon, otear el meandro que hay cerca llamado Curva de la Herradura y, sobre todo, encontrarme frente al Gran Cañón del Colorado.

Aquello, lo confirmo ahora, es sin duda el paraje natural más impresionante que jamás he visto. Aún no sé como describirlo. Porque dentro de esa depresión o conjunto de depresiones a lo largo de más de 400 kilómetros de largo y alguna decena de ancho que ha formado un rio en el transcurso de 1500 millones de años, yo apreciaba infinidad de cordilleras o montañas con valles, barrancos, profundísimos enclaves inhóspitos…

Todo ello con un fondo de imponentes murallones de estratos que en algunos puntos alcanzan los 1600 metros de altura. Estando allí me dije que, si la diosa fortuna me lo permite, me gustaría volver, pero para hacer una travesía de tres o cuatro días con tienda de campaña por abajo. Creo que también voy a disfrutar mucho en lo sucesivo albergando esa inesperada ilusión…

En el lado negativo, he de mencionar la terrible sensación que me produjo tener delante a los “walking dead”, personas de distintas edades adictas al fentanilo u otros opiáceos que deambulan con la salud notablemente deteriorada por la zona de Tenderloin, en la particularmente acogedora y tolerante ciudad de San Francisco.

El guía del freetour al que nos apuntamos nos dijo que allí, a diferencia de lo que ocurre en otros estados, los gobernantes facilitan asistencia médica a quien la solicita. El problema, a mi parecer, es que ese tipo de enfermedad anula a quien la padece hasta el punto de no ser consciente ni siquiera de que necesita ayuda urgente.

Pienso, en fin, que Los Estados Unidos de América no podrán presumir de ser la primera potencia mundial mientras no afronten ese drama poniendo todos los medios necesarios para conseguir solucionarlo.

En conclusión, ha sido un viaje en el que hemos podido admirar muchas maravillas, compartido unos cuantos buenos momentos en familia y aprendido cosas que no sabíamos… Ojalá pronto podamos volver a embarcarnos en otra aventura semejante.

Ahora toca retornar al instituto, celebrar las fiestas de moros y cristianos en Villena, y seguir trabajando con muchas ganas para que sepan mejor las próximas vacaciones.

Gonzalo Trespaderne Arnaiz


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