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Opinió Villena

“Trituradoras de Humanidad”, por Gonzalo Trespaderne

En una entrevista publicada en El País el 21 de enero de 2016, un año antes de morir, el filósofo Zigmun Bauman alertaba de que las redes sociales son una trampa, porque hacen creer a muchos de sus usuarios que están ampliando sus contactos sociales o el diálogo con otras personas, cuando lo que realmente ocurre es que les llevan a “encerrarse en zonas de confort, donde el único sonido que oyen es el eco de su voz, donde lo único que ven son los reflejos de su propia cara”. Es lo que sucedería, por ejemplo, si formo parte de un grupo de WhatsApp en el que intercambio recetas de cocina, pero solo solo con veganos.

El problema se hace mayor en el momento en el que las compañías que nos ofrecen esas herramientas tecnológicas les aplican algoritmos que sirven para extraer información de nuestras comunicaciones. Siguiendo el ejemplo: cuál es mi restaurante favorito, las marcas de los productos que adquiero en el supermercado, etc. Entonces, es probable que cuando utilizo Facebook me salte publicidad relacionada con mis hábitos alimenticios.

Si en lugar de un foro gastronómico frecuento otro sobre política, y suelo dar likes a determinados comentarios, tanto en ese sitio como en Instagram (que también pertenece a Meta Platforms), seguramente me solicitarán amistad personas de mi misma ideología (que luego me enviarán noticias positivas en relación con el partido político al que supuestamente votamos y negativas sobre sus adversarios).

Hay un documental titulado “El dilema de las redes” que explica magistralmente cómo se desarrolla semejante manipulación y sus tremendas consecuencias en nuestro día a día.

Más allá de todo esto, recientemente he visto otros dos programas de Salvados, bajo el título “Redes sociales, la fábrica del terror”, que me han enseñado cosas que desconocía acerca de contenidos horribles que pueden ver nuestros jóvenes en sus móviles diariamente, así como individuos indeseables a los que están expuestos, sin que la megaempresa de Marx Zuckerberg tome medidas adecuadas para solucionarlo.

Del primero de ellos he extraído el epígrafe que encabeza este escrito.

Son reportajes que ponen los pelos de punta. Le entran a uno ganas de darse de baja inmediatamente en todos los servicios que ofrece este señor (que es uno de los más ricos e influyentes del mundo). Aunque, bien pensado, si sirven para que yo ahora pueda transmitir públicamente lo que estoy diciendo, para quedar a tomar algo esta tarde o para desear a mis mayores en la distancia un buen día, pues habrá que seguir teniéndolos a mano. El reto a partir de aquí va a ser extremar las precauciones en sus usos, a la vez que compartir lo descubierto en torno a ellos que puede resultar perjudicial, principalmente, a las personas más vulnerables.

Gonzalo Trespaderne Arnaiz


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